Esta casa, con su privilegiada ubicación frente a la Catedral, ofrece la posibilidad de apreciar en ella una de las fachadas más elegantemente proporcionadas de la arquitectura colonial cubana, con su primitiva sencillez dada por la simétrica distribución de vanos en dos plantas, sin entresuelo, y el adecuado remate de la techumbre de tejas criollas. El portal, para el que se obtuvo licencia en 1754, nunca llegó a construirse. El patio interior es cuadrado y lo rodea una sucesión de columnas toscanas de maciza presencia con arcos rebajados en la planta baja y un arquitrabe corrido en la alta. La escalera, inusual en su ubicación al fondo, también lo es en su diseño compuesto por dos ramas aisladas entre sí que ascienden en direcciones opuestas. El mayor interés de la obra reside en los elaborados diseños de sus techos de alfarjes, complementados por la riqueza de las colecciones de arte colonial que en ella se exhiben. Fue restaurada en 1931, siguiendo el proyecto redactado por Enrique Gil, y en 1963 Severino Rodríguez realizó una nueva restauración del inmueble.