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Sistema Informativo Multidimensionale del "Castillo de la Real Fuerza"




Il castello / L’architettura

      - La storia
      - L’architettura
      - Il monumento
      - Il sistema di fortificazioni dell’Avana
      - Il restauro
      - Percorso virtuale


L'architettura

El castillo se caracteriza por la simetría perfecta, propia de la arquitectura renacentista del Siglo XVI. La planta puede entenderse como un cuadrado dividido en nueve partes iguales que rematan cuatro bastiones regulares, o como cuatro cuadrados concéntricos, el primero de los cuales -del interior al exterior- es el patio. Los baluartes se construyeron siguiendo las nuevas técnicas impuestas entonces por el uso del cañón que, extendido desde el siglo XV, determinó que las fortalezas fueran levantadas con gruesos muros para tener mayor resistencia a las balas. Alrededor, un foso limitado por el muro perimetral. La Real Fuerza es una fortificación cuadrilátera, de poco más de 30 metros por lado, con un baluarte en cada uno de sus cuatro ángulos.

Tiene muros dobles de sillería de un promedio de 6 metros de ancho y unos diez de altura; cubierta terraplenada sobre bóvedas de cañón (primeras en construirse de este tipo en La Habana) y foso con forma de cuadrifolio. En sus baluartes están las casamatas para la artillería de fuego cruzado. El puente levadizo, sobre el foso, da acceso a la puerta principal. En su momento, a la Real Fuerza se le señalaron numerosos defectos: patio pequeño, troneras demasiado abiertas en los baluartes, bóvedas altas y delgadas, ausencia de escaleras para acceder al piso superior, foso poco profundo, deficiente artillería. Algunos de estos problemas se fueron subsanando, otros nunca tuvieron remedio, pero no impidieron que esta fortificación habanera sirviera de modelo a muchas otras que luego se levantaron en el continente americano entre los siglos XVI y XVIII.

El guión museológico se fundamenta en 14 espacios con dos temáticas fundamentales interrelacionadas: la arqueología subacuáti_ca y la historia de la construcción naval. La idea es potenciar la diversidad con hallazgos arqueológicos en pecios, el modelismo na_val y la recreación de la vida a bordo. Guiándose por la señalética -dada en un criterio minimalista que rememora los mástiles de madera de las antiguas naves-, el visitante debe acudir a los complementos informativos si quiere transitar «a toda vela» por los espacios expositivos.



Remontarse a los antecedentes de la historia naval en la Isla requiere marchar al encuentro con los primeros pobladores aborígenes, dada la condición de insula_ridad y la teoría migratoria a través de la cuenca caribeña. El dominio de la técnica lítica, empleada en hachas petaloides y gubias de concha, así como el aprovechamiento de las bondades del mundo vegetal circundante, les permitió utilizar la canoa como medio indispensable para la navegación. Grandes cedros fueron calados y transformados en embarcaciones con capacidad para 50 o más personas.

En contrapartida, en 1492 arribaron a las costas del Nuevo Mundo las naos conquistadoras al mando delGran Almi_rante Cristóbal Colón: la Santa María, la Pinta y la Niña. Tras el descubrimiento y conquista del continente americano, comenzó la explota_ción de sus riquezas -especialmente plata y oro-, las cuales eran trasladadas hasta España mediante el sistema de flotas crea_do en 1561 para proteger esos embarques de los ataques de corsarios y piratas, en su mayoría ingleses y franceses.

Unos pocos años antes, ya la villa de San Cristóbal de La Habana había gana_do protagonismo gracias a la posición es_tratégica de su puerto, donde convergían las naves que -procedentes de Nueva España (México), Cartagena de Indias (en Colombia) y Portobello y Nombre de Dios, en la actual Panamá- aprove_chaban la Corriente del Golfo en su trán_sito hacia la Península. No obstante, a pesar de su importancia, el enclave habanero apenas era defendido militarmente, lo cual se puso de manifiesto en 1555 cuando el corsario francés Jacques de Sores diezmó a la población luego de in_cendiar la Fuerza Vieja, precaria fortaleza que ni siquiera pudo ofrecer resistencia. Fue entonces que, a poca distancia de aquélla, se ordenó construir el Castillo de la Real Fuer_za, hoy convertido en museo. De hecho, pudiera afirmarse sin corta_pisas que muchas de las piezas museables aquí expuestas son evidencia tangible del estrecho vínculo entre La Habana y la «Flota de Indias» como parte del mecanis_mo que englobaba todo el comercio y la navegación de España con sus colonias.

En primer lugar se destacan aquellas ri_quezas que -durante siglos- aguardaron la llegada de los asentistas y sus escandallos de plomo en los pecios. Entre cabos, apa_rejos y bastimentos aparecen esos vestigios arqueológicos subacuáticos: cajas de cauda_les, monedas, discos, barras de oro y plata... cuya exposición al público «ayuda a los bar_cos que yacen en el fondo del mar a termi_nar sus viajes», como expresara Françoise Riviere, subdirectora general para la Cul_tura de la UNESCO, en su atento mensaje con motivo de la apertura del Museo Casti_llo de la Real Fuerza. Son los casos -entre otros- de los navíos Almiranta Nuestra Señora de las Mercedes y Sánchez Barcaíztegui, los cua_les naufragaron por diversos motivos, no obstante contar con instrumentos de na_vegación tan preciados como sextantes, octantes y brújulas. Notorio es que inte_gren la colección habanera tres astrolabios (siglo XVII) de los 65 declarados que se conservan en el mundo.



A los vestigios arqueológicos subacuáticos, se su_man los hallazgos efectuados recientemente por el Ga_binete de Arqueología (Oficina del Historiador de la Ciudad) durante las excavaciones en la propia fortifi_cación. Proyectiles, restos de armamentos, accesorios de vestimenta militar, monedas y orfebrería religiosa son expuestos en una sala monográfica. El discurso museológico dedica un amplio espa_cio en la segunda planta a reivindicar el modelismo naval. Los ejemplos abarcan desde el gran vapor Juan Sebastián Elcano (1926), de la Compañía Trasatlán_tica de Barcelona, hasta la embarcación de papiro Ra II, protagonista de la expedición de Thor Heyerdahl por el Océano Atlántico en 1970.

Pero la más significativa prueba de ese bello arte será -sin dudas- el gran modelo del Santísima Tri_nidad que, a cargo de especialistas cubanos, contribuirá con creces a que el amplio público conozca una de las facetas más apasionantes de la historia naval en Cuba: el desarrollo de su industria naviera durante el proceso de reorganización de la Real Armada, cuando por Real Orden del 27 de junio de 1713 se iniciaron las obras del futuro Real Arsenal de La Habana. En su sierra hidráulica, movida por la fuerza del agua de un ramal de la Zanja Real, fueron aserrados los componentes del Rayo, San Carlos, San Pedro Alcántara y el mencionado Santísima Trinidad, conocido este último como el «Escorial los Mares» por ser el más grande navío de su tiempo, el único con cuatro puentes.

Esos bajeles eran arbolados en La Machina, reproducida en una maqueta realizada con la madera original de ese mecanismo. No pocas sorpresas cabría esperar de continuar buscando los restos de la anti_gua muralla marítima en las cercanías de la fortificación, pues los lienzos de aquélla engarzaban con esta última hasta que fueron derruidos tras la ampliación de la Avenida del Puerto en 1929.



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